miércoles, 17 de mayo de 2017

El Otoño en mí



Es probable que mis más cercanos sepan, que mi estación favorita del año es el Otoño, pero a lo mejor no saben que hay algo en él que me subyuga tanto en cuerpo como en alma. Se siente como si fuese una magia aromática prolongándose, indomable. Va más allá de un predecible cambio en el clima; se trata de una sensualidad que envuelve no sólo los sentidos físicos, sino que se instala, perenne, dentro de mí; me hace sentir etérea y atemporal. El viento, el frío, la lluvia hipnótica y las hojas vacilantes, todo late, ahora, en mí, como si nunca fuese a cesar. No importa en qué momento del año me encuentre, siempre soy Otoño, siempre le anhelo y siempre le busco. Evoco sus paisajes serenos en mi mente con insistencia, en las fuscias secas que guardé en un cuaderno con reflexiones aleatorias, o en el recuerdo de fotos que tomé durante una caminata a solas, en una tarde muy callada. Esa es la gracia de estos días, tocar las fibras más íntimas y vulnerables de la vida, adormecer el mundanal ruido y llevarnos a esa tranquilidad susurrante de la esencia natural. Conectar con esos elementos que hablan desde la profundidad del mar y la roca, de la montaña y la cueva, desde la arboleda o la humedad de la hierba.



Al contrario de la mayoría, que le da una connotación muy triste y desesperanzadora a los fenómemos naturales que ocurren en esta época, yo veo una calmada dignidad en cada hoja  seca que se desprende, siento un suspiro profundo en cada flor que se marchita, cual dulce abono para la tierra, y oigo un grito de esperanza en los enrojecidos atardeceres. Todos, signos de renovación futura. 
El mecimiento de los árboles en suave compás, los vientos inquietos, el crujir de las hojas bajo los pies, las tonalidades enardecidas del cielo, las nubes voluptuosas, las intensas lluvias inesperadas, todo es un regalo milagroso que me conmueve a más no poder.



El Otoño no sólo es una pausa para observar el camino, es la urgente oleada purificadora, en la que respiras hondo, cierras los ojos, caminas hacia adentro y luego te aproximas, limpio, hacia la aventura del presente y el porvenir. Es la oportunidad para reconocer matices nuevos y mejores rutas.

Jamás sufro con el Otoño, pues he aprendido a leer la variedad de sus procesos singulares en mí. Me vuelvo una con él, me tiño con sus marrones, amarillos, rojos, blancos, verdes desgastados y violetas. Esa es la mejor manera de experimentar cualquier época del año, aprender de sus encantos y fluir con ellos.



Las fotografías de esta entrada son de mi autoría, las tomé durante un paseo por las calles de esta ciudad.