(Ilustración de Florence Harrison)
No podía ser de otra manera, llegaste de forma precipitada, casi que antes de tiempo para hacer que amanezca un minuto antes de lo acostumbrado. El día es contigo como la noche lo era con el Invierno, mi maestro peregrino, a quien ya extraño, quien nunca se queda lo suficiente para mí y mis desvelos; ¡me duele resignarme ante su partida!
¡Eres despiadada tanto como hermosa!, con ese paso siseante, con esa estela perfumada y cabellos floridos, ¡engañosos encantos para irritar los ojos que te contemplan, las gargantas que te cantan y las narices, incautas, que osan tomar algo de tu aroma!. Es que nunca has sabido pertenecer al otro por completo, ¿o es acaso que el otro, no ha sabido amarte bien…?
Sabía que era inminente, pero nunca estoy preparada para tu estrepitosa llegada, pues contigo se asoman calurosos días que me hacen padecer de languidez, pierdo las fuerzas y hasta el entusiasmo. ¡No comprendo esta contradicción! Se supone que desperezas al planeta, que lo hechizas con colores y frondosos nacimientos, sin embargo, yo, voy entrando en una espiral incesante de ensimismamiento.
Es que, quizás tampoco he sabido quererte. No puedo seguirle el ritmo a tu danza ni tus risas. No sé ser sutil, bella y dadivosa. Mas, reconozco en ti, el útero sagrado de La Gran Madre, el centro de la vida, pues ¡Todo en ti es latido vivo!, ¡todo en ti es tierno despertar!, ¡todo en ti es dulce movimiento!.
¡Envuélveme entre tus trajes festivos, cautívame, enamórame, atrápame! Saca de mí toda amargura y lléname de tu cariñosa y vertiginosa luz. Enséñame a fluir en tu andar de viento.
¡Envuélveme entre tus trajes festivos, cautívame, enamórame, atrápame! Saca de mí toda amargura y lléname de tu cariñosa y vertiginosa luz. Enséñame a fluir en tu andar de viento.